“Cuando ella habla, oigo la revolución / En sus caderas, está la revolución / Cuando ella camina, viene la revolución / En su beso, he probado la revolución”, así reza una de las estrofas del tema Rebel Girl de la banda Bikini Kill, uno de los bastiones del llamado movimiento Riot Grrrl asociado al punk rock y a la “tercera ola del feminismo”, como filosofía y bandera contracultural.
Aunque la manifestación musical y artística del movimiento se inicia en los noventa, para luego dar paso al grunge y al indie, sus orígenes se remontan a casi un par de décadas más atrás con la aparición del post-punk o “new musick”, en la que bandas como ESG, Siouxsie Sioux, The Slits, y artistas como Lydia Lunch o Patti Smith, expresaban no sólo sus posiciones sociales y políticas o sus vivencias personales, sino que usaban su música para protestar y denunciar temas como la violencia doméstica o el abuso sexual.
La tercera ola del feminismo y las Riot Grrrl
La llamada “tercera ola del feminismo” fue un término acuñado por la escritora Rebecca Walker, -hija de la escritora Alice Walker, autora del libro El Color Púrpura-, en su artículo Becoming the Third Wave publicado en 1989. Walker explicaba que las integrantes de esta tercera ola iban más allá de ser “post-feministas”; se trataba de un movimiento más flexible e igualitario, en el que se consideraban cuestiones como los diversos modelos de mujeres y sus posiciones sociales, éticas, sexuales y religiosas.
“Ser feminista es integrar una ideología de igualdad y empoderamiento femenino en la fibra misma de mi vida. Es buscar la claridad personal en medio de la destrucción sistémica, unirse a la hermandad con las mujeres cuando estamos divididas, entender las estructuras de poder con la intención de desafiarlas.”
En el marco de esta tercera ola aparecen las llamadas Riot Grrrl, un movimiento que no sólo sirvió para introducir en la escena musical a agrupaciones como Bikini Kill, Sleater-Kinney o Bratmobile, sino que además resultó en una plataforma de soporte y organización de mujeres en la música, incluyendo la creación de fanzines y grupos de apoyo para tratar temas como la homofobia, el sexismo, racismo y, especialmente, la violencia física y emocional en contra de las mujeres.
Asimismo, la serie de conciertos Rock for Choice se originó casi al mismo tiempo que el movimiento Riot Grrrl, como reacción a la campaña en contra de las clínicas para abortos liderada por ciertos grupos pertenecientes al movimiento provida. Este evento estuvo vigente durante una década y muchos lo consideran un puente cultural entre las feministas de los 70 y la generación X de feministas de la escena musical de los 90.
El manifiesto Riot Grrrl
El Movimiento Riot Grrrl fue liderado por Bikini Kill y su cantante Kathleen Hanna. Este manifiesto fue incluido en el BIKINI KILL ZINE 2, distribuido en 1991, y en él se enumeran los principios del movimiento, que buscaba abrir espacios y brindar igualdad de oportunidades a las mujeres (fragmento):
- Porque queremos hacerlo más fácil para las chicas: el hecho de ver y escuchar el trabajo del otro, para que podamos compartir estrategias y criticar o aplaudir a otros.
- Porque vemos el fomento y el apoyo a escenas de las mujeres y artistas de todo tipo como parte integral de este proceso.
- Porque odiamos al capitalismo en todas sus formas y ver nuestro principal objetivo como compartir información y mantenerse con vida, en lugar de obtener beneficios de ser cool de acuerdo a las normas tradicionales.
- Porque creemos con todo nuestro corazón, mente y cuerpo que las mujeres constituyen una fuerza de alma revolucionaria que puede y va a cambiar el mundo real.
Riot Grrrl: ¿Punk blanco de clase media?
A pesar de su espíritu contestatario y reivindicativo, el movimiento Riot Grrrl recibió fuertes críticas. Una figura que se atrevió a cuestionarlo fue Ramdasha Bikceem, -autora del fanzine Gunk, publicación enfocada en temas de raza, feminismo y angustia juvenil-, quien escribió en 1993 que el movimiento no era inclusivo y que se centraba en chicas punk blancas de clase media, haciendo hincapié en la falta de diversidad dentro de la escena, y sacando a relucir dilemas raciales y conflictos de clase dentro de las Riot Grrrl.
En un ensayo titulado I’m Laughing So Hard It Doesn’t Look Like I’m Laughing Anymore publicado en la edición Nº4 de Gunk, Bikceem explica qué se siente ser una riot negra: “Los niños blancos en general, sin importar si son punk o no, pueden salirse con la suya con mohawks verdes porque no importa cuánto se desvíen de las normas de la sociedad, su blancura siempre se muestra (…) No me malinterpreten, estoy totalmente a favor de la revolución grrrl… pero tal vez no debería limitarse solo a las chicas blancas, de clase media, punk rock, porque no hay que negarlo, eso es lo que es.”
Años más tarde, en una entrevista realizada a Kathleen Hanna con motivo de la declaración del “Riot Grrrl Day” en Boston, EEUU, la cantante ofreció su opinión sobre aquellas críticas: “(…) Cuando la gente dice que las Riot Grrrl eran solo blancas, no es cierto (…) No quiero borrar a las mujeres de color que también dieron forma a la identidad de las Riot Grrrl, y que cuestionaron a Riot Grrrl como un movimiento muy blanco, y de esa forma lo moldearon, porque claramente se preocuparon lo suficiente como para criticarlo.”
Romper el techo de cristal
Décadas antes de hablar de Riot Grrrl y patriarcado, la desigualdad -en el lugar de trabajo- originó el término “Glass Ceiling”. La frase apareció por primera vez en 1978 cuando Marilyn Londe, consultora de RRHH, la usó en un discurso sobre las aspiraciones profesionales de las mujeres. El término fue popularizado por Gay Bryant, editora de la revista Working Woman.
El “techo de cristal” se usa como metáfora para explicar esa barrera invisible que impide que ciertos grupos minoritarios tengan acceso a ciertos derechos o alcancen cierta jerarquía en comparación a los grupos de poder.
En los Estados Unidos el concepto se amplía a todos los ámbitos y se usa para referirse a los obstáculos que las mujeres de las minorías deben enfrentar. Las mujeres de grupos sociales considerados minoritarios suelen encontrar mayor dificultad para “romper el techo de cristal” porque forman parte de una intersección de dos grupos históricamente marginados: las mujeres y las personas de color. En el caso de las mujeres asiáticas se habla del “techo de bambú”.
“The future is female” o el feminismo capitalista
Aunque el movimiento Riot Grrrl ha dejado de existir activamente para dar paso a nuevas formas de manifestación feminista, desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la resistencia en ese país está liderada por mujeres. La Marcha de las Mujeres de Washington, realizada en enero de 2017, no sólo consiguió reunir a casi medio millón de mujeres en la capital norteamericana, sino que su onda expansiva se extendió hasta ciudades como Sydney, Londres y Barcelona.
Meses más tarde, el hashtag #MeToo se propagó viralmente para denunciar casos de acoso y agresiones sexuales, a raíz de las acusaciones contra el empresario Harvey Weinstein. Este fue creado por la activista Tarana Burke en el 2006, pero su popularidad alcanzó las esferas de Hollywood gracias a la actriz Alyssa Milano, quien alentó a las mujeres a usarlo para hacer públicas sus experiencias y así demostrar la naturaleza generalizada de la conducta misógina y el machismo estructural.
Hechos como estos parecen determinar la aparición de un feminismo renovado y en el que se rescata la hermandad de la que hablaba Rebecca Walker en 1989, pero figuras como Angela Davis usan el término “Glass Ceiling Feminism” para separarse del feminismo liberal-blanco y que, históricamente, ha menospreciado los derechos de las mujeres de color en pro de los derechos de su grupo social. Davis explica este fenómeno en su libro Women, Race & Class.
Así como Ramdasha Bikceem señaló en su momento la falta de diversidad entre las Riot Grrrl, muchas artistas contemporáneas tampoco se sienten identificadas con esta “nueva ola feminista” por considerarla restrictiva y enfocada exclusivamente en los intereses de un grupo social específico. Tal es el caso de Hiro Kone, productora de música electrónica norteamericana, quien compartió su visión sobre este fenómeno en una entrevista que le realicé recientemente:
“(…) creo que el feminismo, al menos en Estados Unidos, está muy comprometido y es muy problemático en este momento. Digamos, por ejemplo, el grupo de Women’s March de Washington, que omitió el proyecto de ley para trabajadoras sexuales. Muchas de mis hermanas Trans también se sintieron excluidas. Fue una conversación tan ridícula y acomplejada del feminismo, además de dominada por mujeres blancas. Creo que es un cierto tipo de feminismo que domina la discusión y que aliena a los pobres y las mujeres de color, como yo. También está esa idea capitalista y predominante de que las mujeres deben ser emprendedoras, ganar dinero, que esto es empoderamiento. Simplemente no es una visión holística del mundo y las circunstancias. Estoy muy cansada de estas visiones tan estrechas”.
Si se han asimilado y aprendido las lecciones dejadas por las Riot Grrrl, si la ira contra el patriarcado está presente, si la discusión sobre el abuso sexual ha sido retomada y hecha pública, ¿Por qué el mensaje parece diluido? ¿Por qué las luchas terminan en promesas vacías o se desdibujan en camisetas y accesorios con slogans como “The Future is Female” o “Time’s Up”? ¿Cómo avanzamos hacia ese futuro “femenino”? ¿Cómo expresamos nuestro enojo sin hacerlo frívolo, sin caer en el juego de convertirlo en una postura que nace desde una posición de privilegio? Debemos dejar de ser oyentes pasivas y convertirnos en agentes de cambio capaces de encontrar maneras inclusivas e inteligentes de practicar estas nuevas ideas sobre el feminismo.